La dejo. Sí. Dejo que me domine. Cuando ella manda, mandan los tres fuegos. Cuando ella se expresa, yo ardo en llamas. La dejo porque Elle C. escarba en lo más hondo de mis entrañas. Rasca mi superficie. Rasga mi piel. No hace concesiones. No me baila el agua. Se desata en carcajadas si le pido un respiro, “la vida arde”, grita riendo, “¿quién quiere pararse?, ¿quién un descanso?”.
Ella, Elle C., la tresfuegos, la que clava alfileres en mi cómodo sillón, la que revuelve con vientos huracanados mis cabellos y me despierta en mitad de noches sin luna; ella, Elle C., me agita sin compasión, remueve mis cimientos, me niega el refugio complaciente de las heridas antiguas, no permite que me enrosque, cual gato, a sestear la vida. Ella, la tresfuegos, invade mi casa sin permiso, yo la dejo. Dejo que me asalte, que me arrase, que me arrebate el aire, que me lance sin piedad contra los muros. La dejo, sí, la dejo, porque cuando ella se expresa, yo ardo en llamas.