martes, 21 de octubre de 2008

Julieta Soñaba


Julieta soñaba con un príncipe que ni siquiera tenía que ser azul. Tan solo un buen hombre tierno y cariñoso. Alguien quien pegar la piel en esas noches en las que la soledad se hace tan espesa que acaba por arrinconarte en el borde de la cama. Más el amor siempre la esquivó, a pesar de que por cada poro de su cuerpo se adivinaba la necesidad y las ganas de darse por completo. Del amor, Julieta, paradójico nombre, solo había conocido el llanto, lágrimas de amor no nato.
Julieta soñaba amores de novela. De esas historias que acaban justo cuando empieza la vida. Julieta mitad de un todo. Eterna media naranja en una búsqueda incesante por completarse. A veces, se veía a sí misma caminando por la playa, asida su mano a la ternura, a su lado, unos pies descalzos salpicados por el agua. A veces, solo a veces, dejaba que un desconocido durmiera en su cama toda la noche, confiando que la mañana le devolviera la pasión nocturna convertida en el rostro de su amado. Él. El definitivo. El contigo hasta que la muerte nos separe. Nunca fue así. Algunos ni siquiera llegaban al primer café. Los más al te de la tarde o a un par de tardes entre las sábanas. Pero, ¿quien pierde la esperanza de encontrar el amor acodado en alguna barra de bar? No Julieta, la del paradójico nombre. Julieta la de las mil vidas no vividas, la de los mil sueños. Olvidaba Julieta que los sueños, para que sean tangibles, tienen que sufrir el efecto refracción al chocar con la realidad y que no demasiados sueños lo superan.

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